Heracles partió a buscarlo con sus armas habituales.
Lo
más difícil era encontrarlo, ya que la temible bestia se escondía muy
bien, y solo salía de su escondite para sembrar el pánico entre los
habitantes de Arcadia.
Heracles
revisó uno por uno cada arbusto y revolvió las malezas hasta que lo
encontró. El jabalí huyó y Heracles fue tras él atravesando valles y
montañas sin descansar.
Heracles
vio un desfiladero sin salida y logró que el jabalí, ya agotado se
internase para reposar. Heracles aprovechó ese momento para capturarlo,
le sujetó las fauces de afilados colmillos, le ató las patas y lo
cargó sobre su ancha espalda para depositarlo a los pies de Euristeo.
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