Un
bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo, cuando
se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el suelo.
Al
principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un
gusano tan largo y tan gordo.
Además,
el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle
la piel de gallina a cualquier rana.
Se
trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más
hermosos que el bebé rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró
inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus
temores.
Fue
así como se acercó y le habló:
– ¡Hola! –dijo el bebé rana, con
el tono de voz más natural y selvático que encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué
haces arrastrándote por el suelo?
– Soy un bebé serpiente –contestó
el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin
control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así. ¿Quieres que te
enseñe?
– ¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana,
impulsándose hacia arriba con sus dos larguísimas patas traseras, en señal
de alegría.
El
bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de
arrastrarse por el suelo, en el que ninguna rana se había aventurado hasta
entonces. Luego, tras un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé
rana tragó tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y
sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros,
aunque de forma bastante cómica.
– Ahora yo quiero enseñarte a
saltar. ¿Te gustaría? –le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
Y
el bebé rana le enseñó entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar
saltando, en el que ninguna serpiente se había aventurado hasta entonces.
Para
el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para el bebé rana
aprender a arrastrarse por el suelo. Fueron precisas más de dos horas para que
el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo.
Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan
fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos amigos no podían
menos que reírse a carcajadas.
Así
pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el
uno del otro. Y hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no
hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.
– ¡Nos vemos mañana a la misma
hora! –dijeron al despedirse.
– ¡Hola mamá, mira lo que aprendí
a hacer! –gritó el bebé rana al entrar a su casa.
Y
de inmediato se puso a arrastrarse por el suelo, orgulloso de lo que había
aprendido.
– ¿Quién te enseñó a hacer eso?
–gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado del
susto.
– Un bebé serpiente de colores
que conocí esta mañana –contestó atemorizado el bebé rana.
– ¿No sabes que la familia
serpiente y la familia rana somos enemigas? –siguió tronando mamá rana–.Te
prohíbo terminantemente que te vuelvas a ver con ese bebé serpiente.
– ¿Por qué?
– Porque las serpientes no nos
gustan, y punto. Son venenosas y malvadas. Además, nos tienen odio.
– Pero si el bebé serpiente no me
odia. Él es mi amigo –replicó el bebé rana, con lágrimas en los ojos.
– No sabes lo que dices. Y deja
ya de quejarte, ¿está bien?
El
bebé rana no probó ni una sola de las deliciosas moscas que su mamá le tenía
para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía por qué. (Lo que
pasaba era que estaba triste y no lo sabía).
Cuando
el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar.
– ¿Quién te enseñó a saltar de
esa manera tan ridícula? –le preguntó su mamá, parándose en la cola de la
rabia.
– Un bebé rana graciosísimo que
conocí esta mañana.
– ¡Las ranas y las serpientes no
pueden andar juntas! ¡Qué vergüenza! ¡La próxima vez que te encuentres con ese
bebé rana, mátalo y cómetelo!
– ¿Por qué? –preguntó el bebé
serpiente, aterrado.
– Porque las serpientes siempre
han matado y se han comido a las ranas. Así ha sido y tiene que seguir siendo
siempre. Ni falta hace decir cómo se sintió el bebé serpiente de sólo
imaginarse matando a su amigo y luego comiéndoselo como si nada.
Al
día siguiente, a la hora de la cita, el bebé rana y el bebé serpiente no se
saludaron. Se mantuvieron alejados el uno del otro, mirándose con
desconfianza y recelo, aunque con una profunda tristeza en el corazón. Y así ha
seguido siendo desde entonces.
Cuento tradicional africano.
16 de noviembre: “Día Internacional para la TOLERANCIA”
Maestra me ha encantado el cuento.
ResponderEliminarAyer intente hacer un comentario aquí, pero no pude ¿No
se?
Yo había pensado que podíamos hacer un trabajo sobre la
tolerancia.
Marina Barragán.4ºA.
Me alegro mucho de que te haya gustado el cuento; y, sí, por supuest que vamos a hacer más actividades sobre la tolerancia, es un valor muy importante y merece la pena que le dediquemos más tiempo; ¡¡a ver si entre tod@s logramos que nuestro mundo sea un poquito mejor!! :D
ResponderEliminar¡¡¡HOLA!!!
ResponderEliminarSoy Laura.
Me ha gustado mucho este cuento.
Y si, a mí me gustaría hacer trabajos sobre la tolerancia porque como mi profe ha dicho es un valor muy importante.
En mi clase lo hemos leído cachito a cachito y me ha encantado!!
Además, mi amiga y compañera le dijo que su fin era un poco triste así que todos hicimos el final del cuento.
¡¡QUE CHULIS QUEDARON TODOS!!!
LAURA VILLALBA NAVAS 4ºA
que bueno
ResponderEliminarque bueno
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